Una palabra irresponsable: puede encender discordias y
fuegos difíciles de apagar…
Una palabra cruel: puede arruinar y derribar todo lo que se
había edificado en una vida…
Una palabra de resentimiento: puede matar a un apersona,
como si le claváramos un cuchillo en el corazón...
Una palabra brutal: puede herir y hasta destruir la
autoestima y la dignidad de una persona…
Una palabra amable: puede suavizar las cosas y modificar la
actitud de otros…
Una palabra alegre: puede cambiar totalmente la fragancia y
los colores de nuestro día…
Una palabra oportuna: puede aliviar la carga y traer luz a
nuestra vida…
Una palabra de amor: puede sanar el corazón herido.
Porque las palabras tienen vida.
Son capaces de bendecir o maldecir, de edificar o derribar,
de animar o abatir, de transmitir vida o muerte, de perdonar o condenar, de
empujar al éxito o al fracaso, de aceptar o rechazar...
RECORDEMOS LO QUE
JESÚS DIJO: “Yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de
ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás
justificado y por tus palabras serás condenado” Mateo 12:36-37
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