Imaginaros un huevo crudo, una naranja, un cuchillo, y un
plato. Imaginaros que cojo el huevo e intento pelarlo con el cuchillo. No
podría, ¿no? Ahora imaginaros que, a pesar de no poder, sigo insistiendo, esta
vez clavando la punta del cuchillo. ¿Qué pasaría? La cáscara se rompería y el
contenido se derramaría.
Imaginaros ahora que cojo la naranja e intento cascarla con
el borde del plato. Tampoco podría, ¿no? Y volver a imaginaros que sigo
intentándolo, golpeándola y apretándola más fuerte. ¿Qué pasaría esta vez? La
piel se rompería, si, pero la naranja también.
¿Cómo tendría que haberlo hecho? Cascar el huevo con el
plato y pelar la naranja con el cuchillo. Parece obvio, pero…
Con las personas pasa lo mismo. Todos somos como el huevo y
como la naranja, como el cuchillo y como el plato. Todos somos iguales y
diferentes al mismo tiempo. Todos tenemos una cáscara, una piel que protege
nuestro interior, nuestras emociones, nuestros sentimientos... Y todos tenemos
un “cuchillo”, un “plato” que nos permiten conocer interiormente a las
personas. Esta protección no es indestructible, pero muchas veces queremos
romper esta capa de la manera equivocada, y por mucho que lo intentemos, no
solo no lo lograremos, sino que lo podemos llegar a romper.
No le echemos la culpa ni al huevo ni a la naranja. No
insistamos haciendo algo que no funciona. No pretendamos que cambien su
naturaleza. Cambiemos nosotros. Busquemos la manera correcta de conseguir que
esa persona se abra a nosotros. Utilicemos el plato para cascar el huevo y el
cuchillo para pelar la naranja…
DAVID SOLER
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